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¿Nos manipula el cine?

  • Laura Madroñero Pazos
  • 22 oct 2019
  • 10 Min. de lectura

Actualizado: 6 mar 2020

Aquí estudio de que maneras puede perjudicarnos o beneficiarnos la normalizada adicción al audiovisual.


Están vivos, John Carpenter (1988)

Una de las razones por las que nos encanta el cine es porque puede ser muchas cosas a la vez. Es imposible que exista un consenso sobre su auténtica naturaleza. Y si algo puede ser es un diamante que, con el tiempo, se ha ido tallando en miles de caras.


Lo primero que aprendemos en la carrera, es que el cine es un arte en el coexisten todas las artes. La proporción entre las mismas es medida por los autores, tan dispares entre sí. Pero la riqueza técnica del cine, en comparación con el resto de las artes tradicionales, lo convierte quizás en el medio artístico con mayor potencial bruto, además de en un producto endemoniadamente caro. Por lo tanto, “una vez más el cerebro del hombre ha sido capaz de materializar sus sueños.” (Roman Gubern, 2016, p.21). El cine también es entretenimiento y espectáculo. Unificador de masas muy a disgusto de Adorno y Horkheimer. Aunque tramposo, profesor de historia y geografía, así como una vía de expresión del alma humana, un psicólogo gratuito, amigo fiel y amante desinteresado. Como dice Truffaut (2014), refiriéndose a Hitchcock y a sus congéneres:


Estos artistas de la ansiedad no pueden, evidentemente, ayudarnos a vivir, pues su vida ya es de por sí difícil, pero su misión consiste en obligarnos a compartir sus obsesiones (…) Nos ayudan a conocernos mejor, lo que constituye un objetivo fundamental de toda obra de arte. (p.30)


Pero el cine es, esencialmente, un reflejo del organismo humano. Por esa razón, nos interesaría definirlo mediante términos epistemológicos, morales, lingüísticos, culturales, sociales e incluso religiosos. Es lógico pensar que tanto en forma como en fondo, su evolución depende directamente de nuestro desarrollo como especie. Estaría bien observarlo como un espectador extraterrestre y entenderlo como fenómeno antropológico, como ciencia. El cine se mimetiza con la realidad bajo la mirada del autor, un autor que, conscientemente o no, habla desde su propio prisma. Ninguna representación carece de ideología. Muchos pueden llegar a adoctrinar inocentemente, simplemente plasmando lo que ven y sienten en su contexto determinado. Pero los que son conscientes y tienen poder para hacerlo, utilizan el aire que respiramos contra nosotros mismos. Pueden convertir el audiovisual en una necesidad, y envenenar esa necesidad para su propio beneficio. Así, el cine se convierte, metafísicamente, en una pescadilla que se muerde la cola. Plasma y condiciona, a la vez, la naturaleza que nos es accesible. Esta delimitación del potencial humano se produce a muchos niveles.



“La trascendencia ha estallado en mil fragmentos que son como las esquirlas de un espejo donde todavía vemos reflejarse furtivamente nuestra imagen, poco antes de desaparecer.” (Baudrillard, 1996, p.2)


El individuo propio del mundo post industrialista está sumergido en su ego. La idea generalizada del éxito personal, las redes sociales y el consumismo conviven simbióticamente, definiendo el funcionamiento sociopolítico global. El mundo de nuestros padres desapareció con la caída del muro de Berlín, dando paso a las corrientes cinematográficas de la posmodernidad, en las que la moral se ha vuelto líquida y ambigua. Como dice Gubern (2016):


El cine es hoy un mosaico de propuestas cuyo canon es la diversidad, o la pluralidad de miradas y la heterogeneidad de sensibilidades. (…) Y este mosaico de heterogeneidades, industriales o artesanas, que podemos ver en pantallas grandes o pequeñas, públicas o privadas, en formato analógico o digital, teje los sueños de nuestros imaginarios en un mundo que ha abandonado definitivamente las confortables certezas de antaño (p.579)


Recogiendo todos los trocitos de lo tradicional, encontramos nuevas perspectivas de la realidad, lo que nos convierte en sujetos fractales. Como todo, esto tiene su lado positivo y negativo. Desde luego, nos aleja de la polaridad. Sin embargo, parece que nos encontramos en un limbo cognitivo en el que todas las opciones son válidas, pues recibimos más estímulos de los que podemos procesar. “Hoy el medio más seguro para neutralizar a alguien no es el de saberlo todo sobre él, sino el de darle los medios para saber todo sobre todo” (Baudrillard, 1996, p.7). La era de la información nos ha encerrado en un castillo de nada. Porque todas estas informaciones no son más que ficciones entre las que se nos da a elegir. Y como en la sociedad posindustrial estamos cada vez más separados del trato con lo material, del sector primario, hemos perdido la que fue nuestra primera referencia en el camino del conocimiento. No tocamos, no olemos. Tenemos la opción de vivir sin salir de la habitación. El cine nos lo da todo hecho. Muchas veces nos encontramos actuando como en películas, incorporando frases de las mismas a nuestras conversaciones. Nos inducen normas, de qué reírnos, qué nos debe gustar, cómo ligar, cómo vivir. Y lo que es más sorprendente, los seres primermundistas establecemos unas expectativas vitales acorde a la naturaleza fílmica, que no es más que pedazos de arquetipos clásicos trastocados. Organizamos y recordamos lo vivido de la misma manera que se escribe un guion, lo que remarca el éxito del arte como proceso mimético, pero también, paradójicamente, nos deja la agridulce sensación de estar olvidando algo importante. Y es que la certeza es prácticamente imposible. Si permanentemente creamos y recibimos contenidos que parten del mismo sustrato, estamos generando una ficción institucionalizada, como ocurre con la ciencia. Asumir supuestos como algo verdadero es tan inútil como demostrar o negar la existencia de Dios partiendo de la afirmación “Dios (no) existe”


Cualquier fallo en el statu quo puede influir a la totalidad de las ramas que lo conforman. Por esa razón, siempre han de existir opciones pseudosubversivas (aunque alguna vez fueran subversivas) para integrar al mayor número de individuos posible. Estas tendencias nacen a partir de la otredad y son asumidas e intelectualizadas por las minorías, entendiendo el término minoría según hace Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (1983). Para el autor, “minorías son individuos o grupos especialmente cualificados, mientras que la masa es el conjunto de personas no especialmente cualificadas” (p.41). Así que nos estamos refiriendo a una élite cultural con una inquietud epistemológica especial. Aunque el autor no asocia minoría y masa a las clases sociales, es cierto que la minoría tiene cierto matiz burgués, pues es el estrato con mayor acceso a la cultura. Y somos precisamente nosotros el blanco del cine independiente, que es aquello que se salta (de alguna manera) los estándares de la industria. Pero el mero hecho de consumir un cine etiquetado como independiente, produce un nuevo tipo de alienación y redirección al ego. Sin centrarnos en el innegable disfrute que produce el consumo del cine en todas sus variantes, es verdad que el fenómeno indie pretende, con un lazo más largo e imperceptible, devolver a las ovejas descarriladas al redil. Al ser el cine en mayor o menor medida una industria, no está en mano de los autores controlar el destino de su obra, ni mucho menos el inconsciente colectivo inmanente que la recorre.


Siguiendo la línea de las filosofías perspectivistas, nos damos cuenta de que, desde el mismo lenguaje, estamos recortando la verdad y asumiendo ese recorte como verdad.

Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal. (Nietzsche, 1873, p.6)


Así que, ¿cómo podemos saber si nuestros conceptos de realidad y ficción están correctamente separados? ¿Pueden hacer pasar realidades como ficciones y viceversa? ¿Y si el lenguaje fílmico está condicionando nuestra percepción del mundo o, lo que es peor, retrasando su desarrollo?



“El cine no reproduce la historia, la produce”, dice Silvestra Mariniello (1999)


Y, ¿quiénes son los guardianes de la historia?


Los historiadores, naturalmente. Las clases educadas, en general. Parte de su trabajo es la de conformar nuestra visión del pasado de manera que sostenga los intereses del poder presente. Si no lo hacen así, serán probablemente marginados de una manera o de otra. (Chomsky, citado en Santiago Fernández de Obeso, 2016, p.259)


“El propósito de los medios masivos... no es tanto informar y reportar lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo a las agendas del poder corporativo dominante.” (Chomsky, citado en Kiyosaki, 2012, p.158)


Empresarios, políticos, realeza, y lo que no conocemos.


El auge del cine tuvo temblando al poder europeo durante un periodo limitado de tiempo. La difusión en celuloide de la coronación del zar Nicolás II permitía a las clases obreras vislumbrar un mundo que, de otra manera, jamás conocerían. Les hizo viajar a otro país, conocer otras formas de vida, lo cual es una de las consecuencias directas más fascinantes de una película. Sin embargo, mediante el contraste, podían darse cuenta de que el sistema en el que estaban inmersos no les favorecía en absoluto y que, mientras ellos pasaban hambre, otros se movían entre opulencias innecesarias. En los años transcurridos entre el cine primitivo y el periodo de entreguerras, alguien debió descubrir la manera de invertir ese potencial a favor del poder. Así lo manifiesta la Escuela de Frankfurt en su tratado sobre la Industria Cultural:


La atrofia de la imaginación y de la espontaneidad del consumidor cultural contemporáneo no tiene necesidad de ser manejada según mecanismos psicológicos. Los productos mismos, a partir del más típico, el film sonoro, paralizan tales facultades mediante su misma constitución objetiva. Tales productos están hechos de forma tal que su percepción adecuada exige rapidez de intuición, dotes de observación, competencia específica, pero prohíbe también la actividad mental del espectador, si éste no quiere perder los hechos que le pasan rápidamente delante. (Adorno y Horkheimer, 1947, p.4)


De esta manera, podemos inferir que el cine no sólo se limita a su labor de propaganda sociopolítica, sino que también perjudica a nuestra capacidad humana mediante el proceso de homogenización. Por su parte, parece que el cine independiente es, como hemos dicho, un subterfugio de la Industria Cultural que nos aúna a niveles más complejos. La convención es necesaria para la sociedad, pero no subvertirla nos estanca como especie. Hasta un mínimo cambio de perspectiva trae consigo consecuencias económicas y, en un mundo regido por el dinero, la subversión descontrolada es peligrosa. Priorizando la razón, conviertes al humano en escéptico crónico. Exaltando la emoción, de manera similar al discurso que utilizan los noticiarios, lo separas de la naturaleza, y por ende eliminas su poder interior. Esto funciona porque, como seres sociables, nos nutrimos de las emociones. Y precisamente esa sensación tan maravillosa puede ser vuelta en nuestra contra. Ya hemos dudado del conocimiento que crea y difunde el cine, pero ahora también de la perpetuación de la producción fordista en las estructuras lógicas que transmite. Y si estas herramientas de ordenación (y por consecuencia, ampliación) del conocimiento están también controladas, nos convertimos en niños sumando con un libro de matemáticas defectuoso. 2 + 2 = 5.


El teórico Daniel Bell reflexiona sobre este tema en su ensayo El Advenimiento de la Sociedad Post-Industrial (1973), y concluye que el poder ha transitado desde la posesión de bienes a la posesión del conocimiento. Advierte que se ha producido un cambio en la naturaleza del conocimiento mismo. Y lo que es más, las nuevas tácticas de guerra híbrida se basan en la desinformación. Hemos por tanto de considerar que el cine pueda ser algo más grande y complejo de lo que, en nuestra posición, podamos percibir.



El cine tiene un poder invisible. Y el ser humano es más maleable de lo que pensamos. Con el fin de adaptarnos a todos los accidentes posibles, nacemos programados con potencial mutante. A partir de la aparición de nuestra especie, hemos ido en una dirección, y la hemos dotado de singularidad. Podríamos ser mil cosas más (o menos) de las que somos ahora. Además, las nuevas filosofías ponen en entredicho la evolución como algo positivo, que avanza. Ahora ésta no tiene por qué ser ni lo uno ni lo otro. Este paradigma influye, como es natural, al lenguaje cinematográfico. La narratividad clásica se ha ido resquebrajando lentamente, así como la concepción espaciotemporal en el filme. Se ha violado la continuidad aristotélica, en pos de obtener un valor expresivo más cercano al pensamiento contemporáneo. El nuevo cine evidencia la maleabilidad del hombre, pone en duda nuestra percepción de las cosas. Pero, paradójicamente, sigue siendo un supuesto, y arrastrando elementos de estetización y dramatización de la vida. El tiempo y el espacio en las películas continúan supeditados a un personaje, una trama o un tema. A lo mejor el tiempo es una dimensión física.


Un conjunto de creencias, “demostradas” o no, es una convención que da sentido a nuestra especie. Contar historias forma ya parte de nuestra configuración genética, así como todos los “trucos” que éstas contienen.


El cine es un proceso natural, pero hemos de cuestionar de qué manera nos relacionamos con él. Definitivamente, somos bombardeados por el audiovisual, mucho más poderoso que la palabra. Puede que estén deliberadamente estancándonos en una condición humana y finita. Puede que utilicemos un bajísimo porcentaje del cerebro y de nuestra capacidad intuitiva, etiquetando como paraciencia lo que no somos capaces de cuantificar. Nos hacen pensar soberbiamente como los humanos que somos ahora, y no como los humanos que podemos ser. Es posible que el cine influya incluso a nuestra fisiología. El movimiento, el dolor, el amor, el hambre. Incluso puede bloquearnos en la certeza de muerte. Sacamos pues, en conclusión, que el cine es mucho más que técnica y arte. Es un arma incontrolable de doble filo. Y la única manera de que el cine no nos engañe por completo, es haciendo cine por nosotros mismos. Así participamos en el ciclo, y podemos empezar a deconstruír el proceso epistemológico que se ha dado en la historia, con la intención de abordar otros frentes para descubrir nuevas y emocionantes posibilidades.


Bibliografía y webgrafía


- Tirard, L. (2002) Lecciones de cine. Barcelona: Paidós

- Gubern, R. (2016) Historia del cine. Barcelona: Anagrama

- Truffaut, F. (2014) El cine según Hitchcock. Madrid: Alianza

- Baudrillard, J. (1996) Videosfera y sujeto fractal (Videoculturas de fin de siglo, varios autores). Madrid: Cátedra

- Ortega y Gasset, J. (1983) La rebelión de las masas. Barcelona: Orbis

- Nietzsche, F (1873) Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Recuperado de: https://www.lacavernadeplaton.com/articulosbis

- Mariniello, S (1999) Pier Paolo Pasolini. Recuperado de: http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=8129

- Chomsky, N (2014) Lucha de Clases. Conversaciones con David Barsamian. Barcelona: Crítica

Citado en Kiyosaki, Robert T. (2012) El juego del dinero. Edición reimpresa. México DF: Penguin Random House

Citado en Santiago Fernández de Obeso, José Francisco. (2016) New York send woman. Edición ilustrada. Editorial Lulu.com

- Adorno, T y Horkeimer, M. (1988) Dialéctica del iluminismo. Buenos Aires: Sudamericana,

- Bell, D. (1973) El advenimiento de la sociedad postindustrial. Recuperado de: https://es.scribd.com/

 
 
 

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